El mundo no necesita de palabras. Sabe expresarse
en luz solar, hojas y sombras. Las piedras en el sendero
no son menos reales por yacer sin que nadie las catalogue ni las cuente.
Las hojas desenvueltas sólo hablan el dialecto del puro ser.
El beso es siempre beso por completo.No hacen falta palabras.
Y una palabra se transforma en algo menos o en otra:
casto, ilícito, superficial, conyugal, furtivo.
Aun al llamarlo beso traicionamos el agitarse de las manos
que recorren la piel o se aferran a un hombro,
el lento arquearse del cuello o la rodilla,
el encuentro en silencio de las lenguas.
Sin embargo las piedras se vuelven menos reales
para quienes no pueden nombrarlas o leer
las mudas sílabas sepultadas en el sílice.
Ver una piedra roja es menos que verla como jaspe,
metamórfico cuarzo, pariente del pedernal que los kiowa
tallaron como puntas de sus flechas. Nombrar es conocer y recordar.
La luz del sol no necesita elogios cuando punza
las nubes de la lluvia, cuando pinta
de claridad las piedras y las hojas y al final
disuelve cada gota luminosa en las nubes que la engendraron.
La luz del día no necesita elogios
y sin embargo siempre la elogiamos
—es mayor que nosotros y que todas
las ligeras palabras que reunimos.
Translated by José Emilio Pacheco,