I
El Bosco lo pintó. Van Eyck, Angelico
y otros. Incluso aquellos que no fueron geniales
mostraron lo que vieron. Estos primitivos
cuyas pinturas hacen igual de bien que otras
en mostrarnos aún lo que interesa.
A diferencia nuestra, supieron que este mundo
resulta inhabitable, a lo sumo eventual,
el sutil equilibrio entre eternidades.
Y con la luz de la última mañana
supieron retratarlo como realmente es,
sin cubrirlo de césped, de nubes o de tiempo:
tan sólo una llanura pedregosa rodeada de montañas grises y afiladas
donde un gentío despertó encontrándose
desvestido, sin bienes, abandonado al cielo.
Desnudo, no es posible que oculte los pecados
con que creció la carne. La panza del glotón,
el blanco y desvalido muslo del amante.
Unos alzan sus puños contra el cielo de color gris pizarra;
los más miran en torno, furiosos, o contemplan
esas montañas frías e inaccesibles
y aguardan a lo lejos.
Infierno es su orgullosa urbe en llamas.
Ahora se detienen en las rejas y miran
parapetos y torres sutiles, chamuscados,
y en la tierra baldía, más allá del muro,
a los amortajados en su resurrección.
Y si no hay esperanza, queda al menos
la dignidad de su exasperación.
II
Anoche soñé que había llegado el fin. Mudo, impotente,
tan invisible como el aire, estuve
en cientos de lugares: la casa de un extraño,
una calle, un jardín y una oficina.
Y así como a un durmiente lo despiertan de un sueño,
así yo presencié lo incomprensible.
Una mujer lavaba platos en la cocina;
miró tranquilamente por su ventana mientras
escuchaba en el aire algo inesperado.
Hombres y conductores en banquetas y calles
observaron el tiempo en un cielo sin nubes
y siguieron andando. En la oficina, empleados
y secretarias vieron el reloj
sin recordar la hora. Pude ver dondequiera
un mismo y frío perfil al mismo instante:
pálidos rostros que alzan la vista a contraluz
y se agachan de nuevo con indiferencia,
tan sólo este reflejo sordo de aceptación
y después nada más, ya nada nunca más.
Translated by Hernán Bravo Varela.